viernes, 23 de marzo de 2012

Don Lencho y doña Pánfila

Al ganar el puerto, en el rancho de La Silleta, los animales reconocieron su terreno y trotaron sin mediar chirrionazo ni grito de arriero. - Adiós, don Lencho, apiése a almorzar: ya están las calientes. - Ora no, doña Pánfila, dispénseme; quiero alcanzar la misa mayor; tanteaba amanecer en el pueblo; pero se me cargó el sueño en San Cristóbal. - ¿Dónde comenzó a esclarecerle? - Pasando la Escondida. - Y ¿qué hay de nuevo por Guadalajara? - ¿Lo cree que nada? - ¿Y en el camino? - Tampoco. - Decían que la otra semana habían robado en el Pedregal. - Creo que no es cierto. - Pues tampoco en el pueblo se bulle nada. En la Estanzuela fue donde hubo unas muertes por una muchacha; dicen que unos norteños y uno del cañón de Juchipila, que iba a las fiestas del Teul. - ¿Pasa gente al Teul? - No como otros años. Mercancía sí, mucha. - Bueno, doña, con su venia. Los burros van mucho lejos, al olor de la querencia, y mire nomás lo alto que está ya el sol. - Ándele, siquiera un taco. Leche ora no tengo. Dende ayer que se fue el viejo al pueblo se quedaron sin ordeñar las vaquitas que tenemos a medias con tío Ultimio. Óigame, don Lencho, ¿qué día pasa de vuelta? - Al miércoles según mis tanteadas. - ¿Lleva mucha carga? - Poca. En San Cristóbal voy a cargar naranja. ¿Se le ofrece algo? - Sí, perdonando la confianza, quiero hacerle unos encarguitos: que le lleve a mi hermana una carta y unos centavitos para que si no es molestia mucha me traiga unas varas de manta, un percalito, y a ver si unas colacioncitas para endulzar la boca. - Lo que se le ofrezca, doña Pánfila, y quédese con Dios, ya sabe. - Si allá ve en el pueblo a doña Rosalía me la saluda, y si se topa en la plaza con el viejo, le dice que por acá no hay novedad. Vaya con Dios, don Lencho… Fragmento de “Aserrín de Muñecos”. Agustín Yáñez (1926).

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