viernes, 4 de mayo de 2012

La aduana de México en el siglo XIX


Guillermo Prieto (1818-1897), poeta y político liberal, es testigo de calidad sobre la arriería mexicana en el siglo XIX, ya que en su juventud trabajó en la aduana de México, centro de actividad comercial de primer orden. En “Memorias de mis tiempos” (1853) este autor goza con describir escenarios y personajes populares de la época.
En su descripción de la aduana dice que “era naturalmente plebeya, pero plebeya como la viruela, como el cardo, como el mosquito que espanta el sueño; yo le encuentro cierta semejanza con la red y la ratonera, con la trampa y con la Inquisición. Pero la aduana podía decir como el Don Donato de Bretón: ´Tengo dinero´.
“Así es que en las prerrogativas oficiales, en las aspiraciones de altos personajes á las jefaturas en sus conexiones con el rico comercio –continúa Guillermo Prieto-, la aduana rayaba á grande eminencia y era de muchísima importancia su intervención en los negocios. El gran movimiento de mulas y carros, entrando y saliendo por las puertas de entrada y salida; los montones de tercios que se abrían y cerraban en los patios amplísimos al ruido aturdidor de cuñas y martillos; el tumulto de cargadores rodando barriles y transportándolos; los vistas con sus guías en las manos confrontando facturas, examinando efectos y disputando con amos y dependientes, y la multitud que á la oficina penetraba de indios, indias, arrieros, dependientes de tiendas y cajones, portadores de dinero, etc., todo hacía de aquellas oficinas la mansión del ruido, la estancia del trajín, la guarida de la fatiga y el remedo del tumulto, de la inundación y del incendio”.
Habla luego del edificio que alojaba a la aduana diciendo que “la grande oficina tenía á la entrada un gigantesco cancel que daba paso á un ancho salón de 40 varas de largo, con barandillas y mesas con sus papeleras á los lados, y en el fondo una imagen colosal de la Virgen de Guadalupe, á la que ardían constantemente dos ó cuatro velas.
“En la pared izquierda del salón se destacaban tres grandes puertas de los tres departamentos más importantes de la oficina: la Administración, la Contaduría y la Tesorería. Cada uno de estos departamentos tenía su fisonomía particular: lujoso y con sillones el primero, silencioso y como substraído á todo trajín el segundo, y el tercero tumultuoso, con el ruido de los pesos, los atropellos de los causantes, los contadores de dinero con sus mandiles en el mostrador y sus cargadores y criados de confianza ladinos é insolentes.
“Las mesas que decoraban el salón marcaban los distintos ramos y operaciones del despacho: “Mesa de Pases”, “Mesa del Viento”, “Mesa de Abonados”, “Mesa de efectos del país”, de “Liquidaciones”, de “Libros”, etc.
“Las mesas de Pases y del Viento eran escándalo é insurrección perpetua: á la primera acudían en tropel los viajeros, que, listos para marchar, desde las cuatro de la mañana esperaban en todo tiempo hasta las nueve á que se abriera la oficina. A la segunda los introductores que dejaban prenda en la garita y que acaso habían pernoctado en México con gravámenes inmensos porque la oficina se cerraba á las dos de la tarde. ¡Ay del infeliz que mostraba impaciencia! ¡Ay del distraído que olvidaba quitarse el sombrero reverente!...
“A la mesa del Viento se agolpaban queseros, maiceros, introductores de piedras, vigas, ganados, etc.; la tarifa era voluminosa, las cuotas variadísimas, la urgencia del causante la misma, y la holgura y cachaza de los empleados la propia. Solía haber sus altercados provocativos; no faltaban rancheritas de dentadura blanca, pecho saliente que humanizaran á los canes del fisco; pero tratándose del tesorero, era forzoso esquilmar y exprimir al contribuyente so pena de las anatemas de la superioridad, manía que aún subsiste”.
Acerca del burocratismo imperante en esas oficinas, Guillermo Prieto afirma: “Una borrada ligera, un rasgo de pluma acusado de sospechoso, una entrerrenglonadura, eran pretexto de una demora, ó un proceso, ó motivo de ruina para un infeliz. Invento de maldición y tortura puede llamarse á la alcabala; pero los que se interioricen en sus trámites, los que puedan valuar sus extorsiones, su ineficacia, sus delatores y verdugos, tienen que contarla como una de las mayores calamidades del pueblo”.
(Gracias a Carmen Libertad Vera, la “Diablina Monina”, por enviarme el texto de “Memorias de mis tiempos”, de Guillermo Prieto).

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