viernes, 22 de junio de 2012

Amanecer en el mesón


“Un rebuzno viril, desparpajado, toca a diana. Luego tremola un relincho. Más tarde canta el ki-ki-ri-ki de los gallos. Se impone el silencio tenaz, interminable. Estamos en un pueblo, en un mesón. Sí, estamos en Teules. Realidad de una caminata en noche de luna, de una feria, de una cantadora sensual y caprichosa. Nuevo largo silencio. Toca una campana desconocida, ronca, pesimista. Quizá sea la campana de Teules. ¿Toque de alba o de queda? La alborada será, porque resucitan voces humanas, multiplican sus cantos los gallos, se oye el lento masticar de las bestias que trituran maíz: Ahora, entre silbidos y denuestos, los arrieros aparejan y hasta acá llega el jadeo de hombres y bestias cuando cinchan. La claridad va dando, lentamente, las dimensiones de este cuarto y nos ayuda a calcular –primero- la medida y antigüedad de la puerta, más tarde la altura y suciedad de muros y techos. El cálculo –que sobreponiéndose al dolor de la cabeza y las entrañas, supone voto absoluto de estoicismo- se interrumpe con voces, golpes a la puerta y crujir de maderas. Tío Eufemio, que entre los siete serranos quedó en Teules como redentor y tutor del pródigo, ha venido a ver si el muchacho está ya listo”.
Fragmento de “Pasión y convalecencia”. Agustín Yáñez (1938)

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