viernes, 10 de agosto de 2012

Los arrieros, respetados por bandos contrarios


En tiempos de guerra los arrieros fueron generalmente respetados por bandos contrarios, ya que en su función de llevar y traer víveres, correspondencia y noticias, servían a la comunidad en general. Sin embargo, no pocos practicantes de este noble oficio pagaron con su vida y con sus bienes la audacia de salir a los caminos en tan peligrosas circunstancias.
En su obra “Mi caballo, mi perro y mi rifle”, el escritor michoacano José Rubén Romero (1890-1952) http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Rub%C3%A9n_Romero habla de un par de rebeldes, Julián y Ramiro, que en plena Revolución http://es.wikipedia.org/wiki/Revoluci%C3%B3n_mexicana tuvieron necesidad de regresar urgentemente a su pueblo, porque a uno de ellos, Julián, se le murió su madre. Sin embargo, la plaza estaba tomada por el Ejército federal, de suerte que era muy riesgoso acercarse siquiera al poblado.
En estas condiciones, ambos revolucionarios urdieron disfrazarse de arrieros para poder entrar al pueblo, pero como no traían burros, echaron mano de dos que pastaban tranquilamente en una huerta, aún con el riesgo de toparse en el camino con el dueño de los mismos.
En la primera esquina del poblado levantábase una trinchera de adobes del alto de una persona, y al acercarse ambos rebeldes, les dieron el quién vive. Ramiro, atolondrado, contestó: “Dos burros, con unos arrieros. Digo mal, dos arrieros con unos burros”.
Guardaban la trinchera dos o tres soldados que, al verlos, los dejaron pasar sin más requisito. “Adelante”, dijeron.
“Luego de andar dos cuadras en tan buena compañía”, los rebeldes “dieron de mano a los animalitos, abandonándolos a su suerte”, y se fueron de prisa para evitar otro peligroso encuentro.
Así llegaron hasta la casa donde se velaba a la difunta.
Fuente: “Mi caballo, mi perro y mi rifle”. J. Rubén Romero (1936)




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