viernes, 21 de junio de 2013

Don Luis de Velasco, un hombre de a caballo


   Don Luis de Velasco y Ruiz de Alarcón, virrey de la Nueva España entre 1550 y 1564, no sólo pasó a la historia como un gobernante prudente y justiciero al defender a los indígenas contra abusos de los mineros, liberar a 15 mil esclavos ilegales y abolir la encomienda, sino también como un gran caballista, muy diestro y afamado en las artes de la brida y de la jineta y notable impulsor de los deportes hípicos.

Creó la silla vaquera y el freno mexicano

   Dadas sus aficiones hípicas –dice Artemio de Valle-Arizpe-, impulsó mucho en la Nueva España el ganado caballar y mejoró razas con cruzas de potros andaluces y con los bellos, finos, elegantes, de Arabia. Él reformó la silla de montar que trajeron a México los españoles conquistadores y que era la de uso corriente en España. Creó no sólo la silla vaquera, sino el freno mexicano, con el que tan bien se rigen y dominan las caballerías más indómitas, haciéndolas dóciles a cualquier leve llamado de la rienda que les transmite la voluntad del jinete. A esa silla y a ese freno se les dio su nombre ilustre: se les decía “de los llamados Luis de Velasco”. Así se expresa claro en una merced dada en tiempos del virrey don Martín Enríquez de Almanza a dos caciques indios, para que pudiesen, como gracia muy señalada, andar a caballo, pues los indios tenían terminantemente prohibido el cabalgar, cosa que sólo se permitía a los naturales de España o a los criollos.

Poseía los mejores caballos del mundo, y los regalaba

   Juan Suárez de Peralta, cuñado del conquistador Hernán Cortés, asegura que don Luis de Velasco poseía en la Ciudad de México la mejor caballeriza que ha tenido príncipe alguno, porque tuvo los mejores caballos del mundo, y muchos, y muy liberal en dallos a quien le parecía.
   El mismo Suárez de Peralta, al calificar a este virrey como muy lindo hombre de a caballo, dice que tenía la más principal casa que señor la tuvo, y gastó mucho en honrar la tierra. Dio gran impulso a los juegos de cañas*, en los  que participaba con entusiasmo. Era su costumbre ir todos los sábados al campo, al bosque de Chapultepec, donde tenía de ordinario media docena de toros bravísimos, y mandó construir ahí un lindo toril donde se corriesen. Iba  acompañado de todos los principales de la ciudad, que serían como cien hombres de a caballo, y a todos y a criados les daba de comer, y el plato que hacía aquel día era banquete; y esto hizo hasta que murió. Vivían todos contentos con él, que no se trataba de otra cosa que de regocijos y fiestas.
   Nótese que apenas habían pasado 30 años de la toma de Tenochtitlan por Cortés, y al tiempo que se instalaba la arriería como principal sistema de transporte y comercio del país, florecía también el gusto por el caballo y sus deportes, en una tradición que está próxima a cumplir 500 años.
   *Juego de cañas: Juego de origen militar árabe, celebrado en plazas mayores de España y sus dominios entre los siglos XVI y XVIII. Consistía en hileras de hombres montados a caballo (normalmente nobles) tirándose cañas a modo de lanzas o dardos y parándolas con el escudo. Se hacían cargas de combate, escapando en círculos o semicírculos en grupos de hileras.
   Obras consultadas: Artemio de Valle-Arizpe. Virreyes y virreinas de la Nueva España (1933). Enciclopedia de México (1977). Imagen: Wikipedia.

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